“En
el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión
médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio
de la humanidad. Conservaré a mis maestros el respeto y el
reconocimiento del que son acreedores. Desempeñaré mi arte con
conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las
primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de quien haya
confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el
honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas
serán mis hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo
vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad,
de raza, partido o clase. Tendré absoluto respeto por la vida
humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos
médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas
solemnemente, libremente, por mi honor”. Esta es la versión del
juramento hipocrático que se redactó y actualizó en la Convención
de Ginebra de 1945.
En
su primera frase se resume lo que yo creo debería de ser la vocación
de toda persona que desea dedicarse al noble ejercicio de la
medicina: “...me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al
servicio de la humanidad”. Casi nada. Aunque esta frase bien podría
haberse extraído de un libro que tratase sobre las actitudes del
buen cristiano o de alguna sesuda disertación sobre el comunismo
(idílicamente entendido), todo el mundo entiende que este debería
ser el meollo de toda vocación médica.
En
mi caso creo que no fue tan claro y que tampoco tuve ninguna clase de
inspiración supra o extraterrenal al respecto. Creo que tristemente
la decisión de dedicarme a la medicina tuvo más que ver con mi
desconocimiento de otras carreras que me atrajesen, que con el deseo
de dedicar mi vida a los demás. Pero, una vez metido en harina,...,
sí, seguro que cierto sentimiento altruista pervive en mi, aunque a
veces es difícil reconocerlo y, por supuesto, mucho más complicado
es conservarlo con todo lo que nos rodea.
De
lo que tengo fundadas dudas es que, al menos en su mayoría, las
nuevas generaciones de médicos consideren esta premisa como parte de
su vocación. Creo mas bien que los dos motivos fundamentales que
impulsan a los futuros médicos son el dinero y una cierta notoriedad
social, éxito o porque no, “fama”. Cuando ves series de
televisión relacionadas con la medicina como “Anatomía de Grey”,
“Hospital Central” o ésta del tío borde, te das cuenta hasta
que punto se nos presenta distorsionada nuestra profesión. Héroes
con batas blancas que se pasan el día ligando y de vez en cuando
salvan alguna vida, cual Capitán Trueno. Nada más lejos de la
realidad.
Quizás
mi apreciación sea errónea y no sea mas que una de esas
elucubraciones que te sobrevienen cuando has pasado la década de los
40 y tus pensamientos se vuelven rancios y reaccionarios. Ojalá sea
así, y que cuando me toque, espero que dentro de muchos años, no me
atienda un frío y engreído jovencito vestido de blanco con ínfulas de
“vigilante de la playa”.
P.D:
En el próximo capítulo: Maestros y maestrillos. La verdad es que el
Juramento da para muchos capítulos.